Un verso que cae en una pluma negra.
El asfalto la abraza con el amor de sus grietas y orines.
Se levanta prerezoso el polvo, respirando, existiendo.
El polvo que disfruta las caricias del viento y de los árboles.
Y recibe a las plumas, como leves epitafios que efectúan su aporte a la causa de ennegrecer el mundo.
El asfalto siempre tiene hambre, de choques, de sangre,
de las pequeñas palabras que dejan olvidadas las personas en las calles.
El vómito cotidiano siempre tiene un lugar para acogerse y sobrevivir,
una casa de plumas negras.
Se me acaban los colores.
Las plumas negras inundan las calles y los sueños.
Las plumas o el asfalto...
El asfalto o esa nariz privilegiada que diseñó sus olores.
O el zanate rebelde que no quería tener plumas.