viernes, 17 de mayo de 2013

La eternidad no existe


La eternidad no existe, eso dice el reloj.
Y lo veo acariciar los números de cada segundo.
Cierro los ojos.
El reloj puede seguir el curso del tiempo,
Yo puedo seguir soñando con su destrucción.

domingo, 5 de mayo de 2013

Discurso del ego


Escribo sobre mis propios escombros. A veces solamente hay residuos y basura que, de alguna manera, intento transformar en algo legible. No necesito condiciones de laboratorio para escribir. No podría tener absoluto control sobre las variables, ni siquiera sabría si alguna es realmente independiente.  Tal vez tendría yo que aprender a ser totalmente independiente y controlar...

Controlar, por ejemplo, qué decir y qué hacer en las situaciones apropiadas. Controlar ideas, sueños, dudas... palabras. Cada vez que siento un impulso fuerte escribo, configuro mi pequeño mundo hasta esclarecer alguna ruta, algún referente para responder a la razón de mi existencia. Y así, puedo ir quitándome la rutina de encima, esa pequeña joroba que se me forma en los pensamientos por hacer y decir siempre lo mismo. 

Y en algún momento de mis meditaciones tengo que pensar en los demás, que mi vida no es un ejemplo a seguir si de solidaridad se trata. A veces pienso en el infierno y nada, ya lo siento existir dentro de mi. Y sé que las cifras de desigualdad, de pobreza, de hambre, de muerte son peor que cualquier vaticinio del apocalipsis. Y sé que los productos que consumo no son biodegradables, y están elaborados por trabajadores sin derechos. Pero todo esto es parte de un monstruo al que yo no puedo domar. Un monstruo en el que vivimos todos y que vive dentro de cada uno de nosotros. Pero estoy hablando en primera persona, y sí, el monstruo vive dentro de mí, pero eso no quiere decir que yo sea el monstruo ¿o si?

Esto es lo que pasa cada vez que pretendo huir de mi ordenada vida, termino imaginándome bestias indomables sin música para acompañarme. Tal vez debería dejar que la alienación me consuma y ceñirme a mi vida normal, cumplir con lo que se me exige, que ya es mucho. Entre otras cosas, se me exige repetir el discurso diario de una estudiante universitaria. Que las clases van bien, gracias, que no he perdido ninguna. Que me dejan muchas tareas y que sí, soy de los jóvenes que van a cambiar Guatemala. 

Pues yo me cambio la ropa todos los días y no entiendo como es que esto de los cambios es beneficioso. Porque, según entiendo, un cambio implica que el ente cambiante sea, en esencia, permanente, que pueda cambiar para decir que hay algo distinto, pero en el fondo, sigue siendo la misma cosa. Una cosa que damos por sentado o sentada, y lo único que cambia es la silla.

Me gustaría transformarme. Convertirme en algún tipo de animal con superpoderes. Pero, cuando lo pienso, no sé qué haría con ellos. Seguramente sería un desperdicio que la naturaleza gastara sus energías para darme superpoderes, así como es un desperdicio que me dé esta pantalla, esta casa, estas palabras. Y soy tan egoísta que sólo puedo pensar en  mi transformación, en como voy a escaparme del tedio. Pero es que la segunda persona plural es tan complicada...

Todas las personas son complicadas. Yo soy una persona. Por lo tanto soy complicada. 

Y soy una persona joven. Alguien que se puede tragar todas las mentiras que se les ocurra inventar. Alguien a quien todavía la traicionan las ilusiones. Que tengo que tener metas y sueños, dicen. Honestamente no sé quién lo dice. Yo sueño en las noches y al día siguiente apenas si me acuerdo. 

Esto es lo que necesito descargar para dormir tranquila. Esto, sólo para confirmar mi existencia. Ya mañana pensaré, en algún momento rutinario, con palabras rutinarias, lo que conviene decir para salvar al mundo.