Esperar a la media noche para escribir. Pensar que escribir en el momento en que el tiempo se quiebra es mejor. Pensar que la escritura diurna no es igual a la nocturna. No importa, escribir es escribir y ya. Sólo es el misticismo del ritual. Sólo es pretender darle más significado. Algo en qué creer. Pensar que escribir en este justo momento es más inspirador, más poético, cuando sólo es el momento en que pierde lucidez mi cerebro. Tal vez, no soy tan espontánea a la luz del día. Tal vez, la luna se me hace más amigable. Tal vez, hay más silencio. Tal vez, estoy más sola, más abandonada a la pantalla de la computadora. Nunca conocí una lámpara de aceite, una antorcha, una pluma verdadera con tinta, un pergamino... una oscuridad total.
No interesa, supongo, las condiciones en las que se escribe. No interesa que esté aquí o allá, que sea de noche o de día. El trabajo que me hace falta para mejorar será siempre el mismo, esté despierta o dormida. Al final, estoy yo sola frente a este espacio en blanco, que pretendo llenar con mis dubitativos pasos. Estoy sola, sí sola, frente a este abismo engañoso, que cobra muchas formas, que a veces se me hace antojadizo, y otras veces sólo me convierte en un ser miserable. Soy alguien más tratando de ser alguien. Soy otra interlocutora de un discurso viejo y repetido. No sé que tanto tengo que aportar al mundo. No sé si tengo algo qué aportar al mundo. Apenas hoy puedo derramar estas líneas y esparcir mi desasosiego. Ahora, sólo hay frío, y veo los obstáculos florecer. Veo mi mediocridad carcomiendo mis ansias. Y solamente escribo.