Escribo sobre mis propios
escombros. A veces solamente hay residuos y basura que, de alguna manera,
intento transformar en algo legible. No necesito condiciones de laboratorio
para escribir. No podría tener absoluto control sobre las variables, ni
siquiera sabría si alguna es realmente independiente. Tal vez tendría yo que aprender a ser
totalmente independiente y controlar...
Controlar, por ejemplo,
qué decir y qué hacer en las situaciones apropiadas. Controlar ideas, sueños,
dudas... palabras. Cada vez que siento un impulso fuerte escribo, configuro mi
pequeño mundo hasta esclarecer alguna ruta, algún referente para responder a la
razón de mi existencia. Y así, puedo ir quitándome la rutina de encima, esa
pequeña joroba que se me forma en los pensamientos por hacer y decir siempre lo
mismo.
Y en algún momento de mis
meditaciones tengo que pensar en los demás, que mi vida no es un ejemplo a
seguir si de solidaridad se trata. A veces pienso en el infierno y nada, ya lo
siento existir dentro de mi. Y sé que las cifras de desigualdad, de pobreza, de
hambre, de muerte son peor que cualquier vaticinio del apocalipsis. Y sé que
los productos que consumo no son biodegradables, y están elaborados por
trabajadores sin derechos. Pero todo esto es parte de un monstruo al que yo no
puedo domar. Un monstruo en el que vivimos todos y que vive dentro de cada uno
de nosotros. Pero estoy hablando en primera persona, y sí, el monstruo vive
dentro de mí, pero eso no quiere decir que yo sea el monstruo ¿o si?
Esto es lo que pasa cada
vez que pretendo huir de mi ordenada vida, termino imaginándome bestias
indomables sin música para acompañarme. Tal vez debería dejar que la alienación
me consuma y ceñirme a mi vida normal, cumplir con lo que se me exige, que ya
es mucho. Entre otras cosas, se me exige repetir el discurso diario de una
estudiante universitaria. Que las clases van bien, gracias, que no he perdido
ninguna. Que me dejan muchas tareas y que sí, soy de los jóvenes que van a
cambiar Guatemala.
Pues yo me cambio la ropa
todos los días y no entiendo como es que esto de los cambios es beneficioso.
Porque, según entiendo, un cambio implica que el ente cambiante sea, en esencia,
permanente, que pueda cambiar para decir que hay algo distinto, pero en el
fondo, sigue siendo la misma cosa. Una cosa que damos por sentado o sentada, y
lo único que cambia es la silla.
Me gustaría transformarme.
Convertirme en algún tipo de animal con superpoderes. Pero, cuando lo pienso,
no sé qué haría con ellos. Seguramente sería un desperdicio que la naturaleza
gastara sus energías para darme superpoderes, así como es un desperdicio que me
dé esta pantalla, esta casa, estas palabras. Y soy tan egoísta que sólo puedo
pensar en mi transformación, en como voy a escaparme del tedio. Pero es
que la segunda persona plural es tan complicada...
Todas las personas son
complicadas. Yo soy una persona. Por lo tanto soy complicada.
Y soy una persona joven.
Alguien que se puede tragar todas las mentiras que se les ocurra inventar.
Alguien a quien todavía la traicionan las ilusiones. Que tengo que tener metas
y sueños, dicen. Honestamente no sé quién lo dice. Yo sueño en las noches y al
día siguiente apenas si me acuerdo.
Esto es lo que necesito
descargar para dormir tranquila. Esto, sólo para confirmar mi existencia. Ya
mañana pensaré, en algún momento rutinario, con palabras rutinarias, lo que
conviene decir para salvar al mundo.