jueves, 8 de diciembre de 2011

Insomne

Enséñame a dibujar paisajes epistolares, 
jeroglíficos danzantes.
Danzarán mis sueños para olvidar el insomnio
 y  llegará el momento, cuando solo podré cantar
piezas perdidas de Mussorgsky.
Pierdo el timón de este teclado,
y a penas si puedo viajar en dirigible
para asegurarme que mis ideas siguen en la nube en que las dejé.
Sí, las dejé ahí para que te vigilaran de lejos,
y en sueños, llegaran a visitarte.
Dicen que hay un arcoíris en blanco y negro amenazando con conquistar el mundo.
Dicen que los mimos encabezarán la revolución recuperando sus voces,
que las dejaron guardadas en un armario, y que iban a apolillarse. 
Ya no quiero más escudos, 
ya no quiero más disfraces.
Me lo voy a tragar todo de un solo, 
¡fondo, fondo!
¡una, dos, tres!

sábado, 3 de diciembre de 2011

Silencio

Hacer silencio: busco la receta, las instrucciones. No hay. Busco el manual entre los libros, no está. Recuerdo que se mantenía en alguna parte de la casa, ¿o era en la casa antigua? No puedo quedarme quieta, no puedo parar mi reproductor interno. Si no puedo hacer silencio pues, tendré que hablar. A veces no me gusta hablar, no percibo que mis ideas encajen. Siento que mis piezas son de otro rompecabezas, que tal vez no exista, que tengo que construir, pero vamos ¿quién tiene tiempo para ponerse a construir su propio rompecabezas? Tal vez eso es lo que no me deja dormir en las noches, pensar en que tengo un rompecabezas pendiente. Me pregunto si podré contratar a alguien para que lo haga por mi, no, en realidad, no me gusta ese tipo de mercantilismo, ¿y por qué me puse a hablar de mercantilismo y contratos? Por eso necesito el silencio. Lo único parecido al silencio que conozco es una página en blanco, y ni siquiera tiene que tratarse específicamente de papel, algo en blanco, cualquier cosa. Porque entonces, la página absorbe todo el ruido, porque es como una aspiradora, sólo que funciona de una manera más compleja: hay que soltar el ruido, hay que despegarlo, desatornillarlo, y no siempre es fácil. Claro, la página siempre lo recibe, pero el trabajo de trasladar el ruido es pesado, hay que moldearlo, ver que quede bien, que su aspecto sea más o menos apreciable; creo que es más pesado que el del rompecabezas. No sé por qué tengo tareas tan difíciles, me parecen como esas tareas que le asignaban a los personajes de la mitología griega: usted es el encargado del fuego, usted el del tiempo, usted debe sostener el mundo, pues yo tengo que hacer el rompecabezas y hacer silencio. 

Hay tantas almas rondando por ahí con su ruido y su desorden en paz. No entiendo cómo lo logran. Hay otras que encontraron su silencio, y callan, y cuando vuelven a hablar, sus palabras tienen fuerza y presencia. Yo apenas, voy poco a poco, pegando el ruido a la página, de manera más o menos decente, y para mientras, consigo que cada pieza de mi rompecabezas vaya formándose de manera adecuada. Creo que antes de terminar encontraré el secreto de la paciencia, pero bueno, mejor me voy a trabajar.